martes, abril 04, 2006

NO LA TOQUES MÁS, QUE ASÍ ES LA COSA

NO LA TOQUES YA MÁS, QUE ASÍ ES LA COSA

Por Arturo Robsy
El Rector Abundio, siempre temerario, cuando se aproximaron las horas nuevas, «a las dos poner las tres», regaló al espíritu del Bedel Arcadio un poema de ahora-no-me-acuerdo sobre la conveniencia de no andar toqueteando a las rosas y un librito donde un joven llamado Eugenio proclamaba la Primavera, de donde el bedel se vio subido a una mesa del fumadero reclamando la primavera desde Trapisonda. Con palabra culta y brillante. Valiéndose sólo de sus fuerzas poéticas, había recogido mucha información primaveral, pero, antes de subirse a la mesa y proclamar el deber de la alegría porque la savia vuelve a circular, quería observar sus efectos sobre un alma imparcial.

-Dios, mío, Dios mío -dijo la señá Vanesa, gran higienista, entrando a rastras la mopa-. Acabo de oír a unos alumnos, casi unos críos, hablar del Mito de la Caverna, qué pena. Que si vemos sombras chinescas que si no, que lo que hay son recuerdos de un mundo mejor. Me los estropean.

-Deje que la primavera corra, señá Vanesa. Por cierto, ¿ha pensado en la Primavera como fenómeno universal y como misión?

-¿Se refiere usted a los cosquilleros y los malos pensamientos, señor Eligio?

-No exactamente. Veamos la Latinidad: ¿sabía que primavera quiere decir Primer Verano, o sea el bueno, porque nuestro verano es el estío, cuando todo se seca y Viriato emprendía la guerra? De ahí estiaje. Veamos la Historia: Hubo una Edad de Oro.

-En California, ya me lo sé. Sale en todas las películas: mineros locos robándose.
-Antes, antes. En la Edad de Oro que digo no hacía falta dar golpe porque según Horbigger, o así, no se nos había torcido aún el eje de la tierra y era una primavera permanente que permitía al personal ir a la cordobana por esos campos de Dios, sólo cuidando de que no se la comiera un dinosaurio, que entonces se llamaba dragón.

-¿Le ha vuelto la indigestión o qué se trae, tan primaveral?

-Por charlar del tiempo, que hace bueno. Veamos la Agricultura, de agrio que no quiere decir agrio, si se me entiende, sino ager. La inventó la diosa Ceres y en su honor nosotros aún llamamos «cereal» a los cereales, o sea, el trigo, la cebada y el mijo que ponen en los panecillos de las hamburguesas. Ceres era muy hermosa y rubia como la espiga al sol.

La higienista guardó la mopa en el armario de servicios técnicos, prendió un Rotman’s y percibió un interés humano en el asunto de la rubia Ceres. Blonda.

-Ceres tenía una hija -confesó el Bedel Arcadio, buscando la confidencia-. Los datos no son muy exactos, aunque sabemos que se llamaba o Proserpina o Perséfone. Pero ese «fone» no era del verbo «foneío» sino de «faino» y, por lo tanto, transporta la idea de la luz. O sea, La Luz. Se entiende, ¿verdad? Lo verá más claro si la informo de que tal vez no fuera hija de Zeus sino de Perseo, o quizá no lo fuera de Ceres sino de Rhea.

-¿Y a qué se dedicaba la chica?

-Veamos la Mitología: por alguna extraña razón se había casado con Hades, el dios de los subterráneos, y se pasaba seis meses en las tinieblas de la muerte y los otros seis salía a la superficie y la llenaba de luz, y entonces los árboles echaban ramas y flores y las bestezuelas se enamoraban. De la alegría misma. O sea, la Primavera venía de la oscuridad y nos regalaba la luz, y el mundo volvía a ser una novia blanca y de oro, con corona de olivo, y se presentía la vida: la de antes de la vida misma, o Edad de Oro, y la de después de la oscuridad.

-Son labores solares. Cosas de la órbita elíptica, señor Idilio.

-Eso dicen, pero no se lo crea demasiado. Sé que en los años treinta del siglo pasado, el joven Eugenio, que no mareaba a las rosas, la proclamó. Digo que sería como señal de luz. Y luz es alegría y esperanza según los especialistas. Hasta cura la depresión. Luz de oro, como la espiga. Veamos la Agricultura de nuevo.

-Alto ahí. No se meta en los surcos y dígame qué quiere.

-Yo, verá, el oro de la luz, el blanco de la luz y nosotros que venimos de la oscuridad y que vamos a ella, ¿entiende? La primavera que despierta los amores. Todos los amores y no sólo los de los jilgueros. Y el cielo que se vuelve diferente y hace los días más largos. Y el joven Eugenio, y la rosa que parece algo eterno, y la ancha vida que reina apenas seis meses antes de volverse a la tiniebla… Pensé que a lo mejor podía proclamar la alegría de la luz, o la gloria del amanecer. No sé. Cosas.

-¿Y proclamaría también la gloria de la vida?

-Naturalmente. Es que no me ha dejado llegar al significado de «dar a luz». Somos como la Primavera: de la oscuridad de la carne al rayo de la vida. ¿No es así?

La señá Vanesa quedó como encandilada y dijo flojito:

-Y yo, con una mopa.